La crianza que permite que un niño crezca de manera integral (física, mental y socialmente) incluye la alimentación, el cuidado de la salud, la protección, el estímulo cognitivo y emocional, el cariño y la seguridad del ambiente. Esto es responsabilidad de las familias, pero también de los Estados, quienes deben asegurar el acceso a servicios educativos y de salud de calidad.
El desarrollo del cerebro depende no sólo de la nutrición adecuada sino también de las experiencias, oportunidades y estímulos a los que esté expuesto.
Como sabemos, las experiencias que vive un niño tanto en el ámbito familiar y en otros entornos como la escuela son fundamentales. En este sentido, la educación inicial tiene un rol importante en la construcción de ciertas habilidades cognitivas y sociales.
Su impacto se observa en el bienestar físico y motriz, en las habilidades lingüísticas, la comprensión de conceptos matemáticos, la capacidad de sostener la atención y autorregular el propio proceso de aprendizaje y las emociones, entre otros.
Numerosos estudios sugieren que la capacidad para comprender y descomponer las palabras en sus sonidos fundamentales y poder manipularlos en niños de edad preescolar repercute en el rendimiento en tareas de lectura y escritura en la educación primaria.
En cuanto a la matemática, el acercamiento a conceptos como el conocimiento de los números y la ordinalidad desde el nivel inicial incide en la incorporación de competencias más complejas en esta área.
Las funciones ejecutivas son críticas para el desarrollo escolar y social. Se trata de funciones que a su vez dan lugar a otras habilidades importantes como la capacidad de recordar la información necesaria para completar una tarea, filtrar distracciones, resistir impulsos inapropiados, sostener la atención, establecer metas, planificar cómo lograrlas y monitorear el resultado, y manejar las emociones propias y ajenas.
Estos procesos se producen lentamente desde la infancia hasta la adolescencia tardía. Existen diferentes actividades como el juego imaginativo, el juego reglado y la actividad física que ayudan a promoverlos.
Claro que es central el rol del docente en el lazo que ellos saben construir con los niños, brindándoles contención y haciendo que se sientan seguros y tranquilos.
El cerebro de los niños necesita desarrollarse en interacciones con adultos emocionalmente empáticos. La interacción entre pares es muy importante pero los adultos somos el puente en la relación entre los niños y su ambiente, mediamos en esa relación y en gran parte estimular ese vínculo depende de nosotros.
La inversión efectiva en la primera infancia posibilita que cada niño promueva sus potencialidades para vivir con felicidad y convertirse en un adulto pleno.
Los niños sin la nutrición, la protección y la estimulación cognitiva y emocional necesaria corren el riesgo de no alcanzar su potencial de desarrollo. No existe algo más prioritario que remediar.
Las consecuencias de no asumir esto repercuten en la economía y en el progreso general de la sociedad.
La inversión integral, efectiva, sostenida y de calidad en nuestros niños, niñas y adolescentes debe convertirse en una política nacional que combine los esfuerzos de la sociedad civil, el sector privado y, por supuesto, el Estado. Por eso las políticas y programas integrales y multisectoriales para la primera infancia deben ser una política de Estado.
La inversión en el capital humano debe ser el principal plan de la Argentina para lograr el desarrollo y la equidad social.